viernes, 19 de diciembre de 2014

FORGET ME NOT: CHAPTER II

NO-ME-OLVIDES
Por Sandra Dermark
Un fic de Vocaloid basado en la novela homónima de Putlitz.

2. FIESTA UNIVERSITARIA


Abrí mis pétalos a orillas del afluente, cuando el agua aún corría clara. No podía verla discurrir, pero sí oírla en los rápidos cercanos al prado, en pleno estío. Al otro lado, sobre una elevación, se distinguían las ruinas de una fortaleza medieval. La primera puesta de sol que vi dotaba de una excepcional belleza a todo el paisaje.
El sol se estaba poniendo y ya me estaba preparando para relajarme durante la tranquila tarde, cuando pude oír las voces de unos jóvenes, cascos de caballos al galope y remos de barcas, y volví al agua la mirada, sólo por curiosidad, empujando mi cabeza entre las de mis hermanas.
Pude ver una especie de procesión: primero iban tres jinetes sobre yeguas alazanas, seguidos de una hilera de carruajes con escolta. El cortejo se detuvo a la orilla, junto al embarcadero, y de cada carruaje salió un joven con una levita ajustada, espada al cinto, botas de caña alta y un sennerhut en la cabeza. Su vestimenta tenía poca cosa de militar: de colores más oscuros y con ésos gorros, debían de ser hombres de letras.
En el embarcadero había una nave de remos decorada con ramas de encina, en cuyo mástil se veía un gallardete tan verde como los gorros y las corbatas de los jóvenes. La mayoría de ellos embarcaron y soltaron amarras. Y se pusieron a remar con la corriente, cantando alguna canción satírica que otra. Todos los remos llevaban el compás cuando, sin querer, volví mi vista a las ruinas que, contra el sol poniente, presentaban un aspecto festivo acorde con el del séquito.
Los estudiantes que caminaban por la orilla se detuvieron para recoger algunas flores para poner en sus respectivos gorros. Uno rubito y de azules ojos, que parecía bastante frágil, nos cogió a mis hermanas y a mí de golpe con nuestras flores. ¡Me sentí muy contenta de participar en el festival universitario, una vez decorando su gorro!
Los de la nave habían desembarcado y todos se habían reunido formando grupitos de amigos por el valle, algunos paseando por la ribera.
El joven que me llevaba en su gorro subió a la torre de la fortaleza, por unas escaleras bastante traidoras, para tener una vista. ¡Entonces sí que sentí vértigo!
El hada de una flor de hiedra (que crecía adosada al bastión) con la cual choqué, me preguntó:
-¿Qué diantres buscas aquí arriba?
Le respondí con una irónica sonrisa y entonces ya estábamos en lo más alto. Mi estudiante, que había extendido los brazos en cruz para no perder el equilibrio, estaba con la mirada fija en la vista de pájaro que se abría a nuestros pies. Agotado por la caminata y el subir las escaleras, se quitó el gorro y lo puso a su lado.
Ya habiendo llegado las emociones fuertes a su fin, llevada por el ennui, me vi inspirada a componer un poema acorde con mi estado de ánimo.  Él debía de sentirse igual que yo, porque sacó del bolsillo una libreta y un lápiz y se puso a escribir. Desearía mucho haber podido leer su composición, porque creo que plagió la mía aunque aún no hubiera pensado en el primer verso.
Pronto el sol poniente brillaba sobre las páginas. El estudiante trató de evitarlo, pero no tenía adonde ir. Unos segundos más tarde, dejó la libreta abierta junto a su sennerhut y pude leer sus versos.
No era más que una cuarteta que describía el placer y la alegría que sentía él con la belleza de la puesta de sol. Eso no era un poema y una servidora nunca lo habría escrito. Ni lágrimas al recordar el pasado, ni ansiedad frente al futuro, ocupaban lugar en la plenitud de la paz y la euforia del presente. Sí, era un estudiante universitario... ¡un universitario!... el autor.
Allí estaría el quid de la cuestión.
-Lennart, ¿qué diantres haces allá arriba? -le llamó una voz masculina.
-Nada -respondió Lennart, mi estudiante, mientras cerraba su libreta, se ponía su gorro y descendía escaleras abajo llevado por la prisa, pero ágil como un gato montés.
Los grupos se reunieron en un salón del hostal de la ribera. Se había puesto una mesa larga con dos espadas cruzadas a cada lado. Los músicos, también estudiantes, ocupaban un escenario. El decorado representaba el emblema de la fraternidad de estudiantes.
Las paredes y la mesa del salón estaban decoradas con flores de temporada. Cada uno de los comensales se despojó de su levita y se colgó una trenza de cintas verdes sobre el hombro.  Uno de ellos bajó su espada y dio con esta señal comienzo a la cena.
¡Todo era regocijo y rebosaban la euforia, el optimismo y la alegría de la juventud! Las copas se llenaban y vaciaban sin tregua y brindaban los unos con los otros mientras los músicos tocaban un brindis tras otro. Algunos desenvainaron las espadas.
-¡Silencio! -ordenó el joven alto y peliazul que ocupaba el asiento presidencial. Entonces cesó la discusión y las canciones continuaron a sonar.
La primera era una canción de amistad, y me dejé llevar por esa melodía, mirando con orgullo a las otras flores del salón: las de los gorros, la mesa y las paredes. Y al final de la canción, todos se levantaron y entrechocaron las copas. En cambio, yo sentía cierta melancolía dulzona. No soy más que un hadita flor sentimental.
La fiesta prosiguió hasta altas horas de la noche, cada vez más salvaje y desinhibida, pero tambiés se susurraban secretillos unos a otros. Lennart se levantó con una ligera dificultad,  cogió de la mano a su compañero más alto y peliazul (que estaba algo más sobrio), y salieron juntos al balcón. Sobre nosotros, las estrellas en su misterioso silencio; y bajo nosotros, los rápidos del afluente y la cordillera por trasfondo, y tras nosotros el entrechocar de las copas y de las voces, y alguna vez de los aceros. Lo cual llevó a Kaj a volver a entrar para asumir su asiento presidencial y detener las refriegas, lo cual sucedió. Las voces se callaron, los jóvenes se pusieron de nuevo sus levitas y volvieron a sentarse.
Empezaron a cantar Ack Värmeland du sköna y los dos presidentes, uno a cada lado de la mesa, marcaban el compás con sus espadas.
Luego se perforaron los respectivos gorros con las espadas mientras recitaban éste juramento:
-Por la hoja de mi espada
y mi gorra atravesada...
Y luego se cortaron en el índice de la diestra con las mismas espadas y continuaron:
-...y la sangre que yo vierto,
nuestra amistad hoy sello.
Luego pasaron las espadas de un comensal a otro y, uno tras otro, repetían el mismo ritual para luego pasar la espada al siguiente. Para nosotras hadas flores era muy peligroso, al ver como se hendían los gorros hasta que las espadas se cubrieron de gorras ensartadas y de sangre seca. Y yo fui en volandas por toda la mesa desde que mi estudiante ensartó la suya. Al final, el presidente peliazul las recibió de nuevo y recitó:
-¡Recibid vuestros bellos tocados
que el acero ha atravesado
y tened días felices, hermanos!
Los gorros fueron entregados tras éstas palabras a sus respectivos dueños. Las espadas fueron blandidas sobre los jóvenes como si Kaj y el otro presidente fueran reyes que les armaran caballeros.
-¡Exeat commerceum initium fidelitatis! -exclamaron al unísono.
Y el tumulto que el ritual había interrumpido volvió a estallar. ¿Y que nos ocurrió al blandir ellos sus gorros? Mi ramillete cayó en el frenesí de Lennart sobre la mesa mientras él se llevaba la copa a los labios. ¡Por poco me arrastra dentro de él con un trago de coñac! Una hermana mía no tuvo tanta suerte: fue a parar a la consumición de Kaj y vi, sobre la mesa, como él empinaba el codo y separaba sus labios para luego sorber un trago con el ramillete que allí flotaba y todo, sin que él se diera cuenta... y, a continuación, juntar los labios y sonreír. Pude entonces ver cómo la nuez de su cuello subía un poco para volver a la posición inicial. Me puse un poco envidiosa de la desgraciada.
Pero aún, maltrecha y marchita mi flor, no dejamos de llamar la atención.
Fue Kaj quien me recogió y me entregó a un estudiante rubito, ya mas pálido, que había vuelto en sí.
“Un nomeolvides”, pensó Lennart. “Igual al que ella me negó hace diez años. Ahora ella debe de ser toda una señorita. ¿Me volverá a rechazar?”
Y me puso entre las páginas de un libro de poesía de un tal Gustavo Adolfo Bécquer, que rezaban así:  
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
La otra mitad del libro se cerró ante mí y me vi presa como en un instrumento de tortura.
Cuando aquel joven lo volviera a abrir, ¿le recordaría la flor prensada a su bella dama o al alegre festival de la fraternidad?
La presión infligida sobre mi flor acabó entonces conmigo.

Y entonces me reencarné...

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