viernes, 3 de julio de 2015

DESAFIANDO EL OLEAJE

Desafiando el oleaje
Un song para el Proyecto ‪#‎CuantoPudoHaberSido‬
Siguientes relatos del proyecto:
El poder de una canción (Jaimienne, Amaral)
Romance de los tres hermanos (poema, Baratheon/Rowling)
Mucho ruido por las nueces (Les nous del berenar, Baratheon niños)
#CuantoPudoHaberSido
Desafiando el oleaje
NOTAS PREVIAS
  1. Ni la canción ni los personajes son propiedad mía.
  2. La acción se sitúa en la actualidad y en nuestro mundo, como podrán comprobar.
  3. Gare: estación de ferrovía.
  4. Una au pair es una canguro/niñera que vive con la familia de los niños de los cuales se encarga.
  5. El Ruhr es una región industrial del oeste de Alemania (Ruhrgebiet).
  6. Suecia representa a la mayor parte de Poniente: Gotland (la isla más grande, cuya capital es Visby) viene a ser Tarth, Estocolmo es Desembarco y Gotemburgo es Roca Casterly/Lannisport. En cambio, Francia viene a representar al Dominio y la Región de las Tormentas.
  7. La Rive Gauche: el margen izquierdo del Sena a su paso por París.
  8. Le soleil d'Austerlitz (2 de diciembre de 1805): esta gran batalla ganada por Napoleón I se libró un día muy soleado para ser finales de otoño, por lo cual ese sol ha pasado a la historia en Francia.
  9. Un garçon manqué es lo mismo que una tomboy, es decir, una chica que se comporta y viste como un chico.
  10. El FAZ es un periódico alemán (Frankfurter Allgemeine Zeitung), de ideología liberal tirando a derechas.
  11. Gustavo Adolfo: se refiere a un rey de Suecia considerado un héroe de guerra y muerto en combate (en la batalla de Lützen, noviembre de 1632).
  12. La guerra en Ucrania en que combatió Jaime sigue teniendo lugar.
  13. Radler: hoy en día, hay marcas de cerveza que se refieren a una clara (cerveza diluida con limón) por su nombre alemán.

ESCENA I
"Se llamaba Baratheon
el viajero que quiso enseñarme a besar
en la
Gare d'Austerlitz...
Primavera de un amor
amarillo y fugaz como el sol del veranillo..."
Por un rato, ella había dejado el libro de arte y sacado su portátil azul celeste del portafolios. Un fósil del Cretácico, comparado con los tablets de casi todos los que estaban consultando la Red en la sala de espera, pero aún así de confianza. Lo abrió y lo puso on, conectándose a Wi-Fi para ver si aún seguía libre alguna de las ofertas de au pair en su Suecia natal que ya había revisado un par de veces. Podría haber elegido cualquier otro país europeo, constando que sabía inglés (sin embargo, sólo el registro que se empleaba en el mundo de las artes) y francés, pero le invadía un profundo deseo de regresar al hogar y oír de nuevo el idioma de su infancia. También Loras se había llevado a Margaery, e incluso a Renly, a Escandinavia, por razones que Brienne no podía comprender. En tal caso, ¿también se dirigía ella al mismo destino con tal de pedir disculpas, además de para conseguir un buen empleo? Sí, así era, ciertamente. Esa oferta que destacaba entre todas las demás aún seguía allí. Una viuda de la alta sociedad, en Upplands Väsby, en las afueras de Estocolmo. La hija, preadolescente, estaba ahora interna en un centro católico del este de España, pero el varoncito, de nueve o diez primaveras, seguía viviendo en el caserón modernista que se veía al fondo de la foto. Según la madre de las criaturas, los dos eran increíblemente dulces y encantadores. Había dos gatos acurrucados al pie de la foto. "La mejor de entre todas las ofertas para au pair de Suecia," pensó Brienne. Tenía todo el día hasta que llegara el siguiente vuelo y hacía falta sacarle todo el jugo a la espera. Mirando de nuevo el anuncio, la fotografía de alta definición, las palabras clave: "Mujer viuda de clase alta residente en Upplands Väsby busca au pair eficiente y de confianza para tratar con niños encantadores. Se precisa que la au pair no tenga alergia a los gatos. Razón: Si Ud. muestra interés en esta oferta, envíe un correo electrónico con asunto 'AU PAIR' a ladycersei@lannister.com" Verdad que los niños de la foto hacían honor a su descripción, pero la madre, de apariencia fría e imponente cual reina de las nieves, con una impecable cabellera rubia cayéndole en cascada sobre hombros enlutados, era ligeramente inquietante. Y luego estaba la dirección... La cuñada de Renly se llamaba Cersei, pero hablar de ella en aquel piso de la Rive Gauche era prácticamente imposible, pues ninguno de los cuatro jóvenes que allí vivía quería saber mucho de ella. Lo único que Brienne af Tarth sabía acerca de ella era que, en palabras de Renly, era una arpía y una gorgona. ¿Qué se le iba a hacer? La joven pecosa abrió su cuenta de correo y, aunque tenía algunas dudas al respecto, escribió la dirección y puso AU PAIR, todo en mayúsculas, en el cuadro de asunto. Pero no sabía bien qué redactar en el mensaje, pues no poseía experiencia previa alguna como au pair. ¿Qué diría la tal Lannister al ver a una joven con aspecto de muchacho varón, alta como un granadero de Potsdam, pecosa y despeinada a lo garçon? Lo mejor sería cerrar el portátil y esperar a que viniera la musa. La espera duraría horas, al fin y al cabo.
Y, por ende, Brienne cerró su fósil de ordenador y lo volvió a meter en el portafolios antes de coger el libro de Delacroix. Aquel libro que él le había regalado y que aún olía como el mismo Renly, a lirios de los valles y a cedro azul. Dante y Virgilio, Otelo y Desdémona, todas las doncellas desnudas del harén de Sardanápalo... La portada mostraba el cuadro más conocido del artista, el de Marianne y los revolucionarios, los soldados caídos, París sin Torre Eiffel: ese cuadro que imitaron en el tableau vivant fotografiado aquella tarde de finales de verano en los bosques de Versalles. Aunque los hermanos Tyrell preferían la luz y los colores vivos de Monet, Renoir y demás, la joven sueca y el apuesto Baratheon compartían un interés común por las pasiones y las tinieblas del Romanticismo. En la fotografía, que iba a ser portada de un fanzine, Renly, con el pecho desnudo y los pectorales bien desarrollados, representaba el papel de Marianne, sosteniendo firme, en vez de la tricolor, la ondeante bandera irisada. Brienne, entonces con blusa y tirantes en los pantalones, llevaba una carabina de agua de colores vivos y una chistera llena de alfileres y cintas, en plan Sombrerero Loco. Loras, vestido igual que Brienne, llevaba una chapela fucsia sobre sus dorados rizos y sostenía dos pistolas de agua, mientras que Margaery, vestida como una dama de honor de la reina Ana de Austria, se aferraba a un extremo de la bandera irisada. Tras revisar las fotografías y regresar, al crepúsculo, al centro de la capital, Renly se apeó antes que Brienne en la estación de Austerlitz.
Y le dio a la sueca un beso en la mejilla.
Ella se sonrojó tanto que sus pecas desaparecieron entre todo el rubor escarlata. No le importaban nada los disfraces, ni el palacio al crepúsculo, ni la idea de subvertir una obra del canon de las bellas artes. La portada, con DELACROIX en mayúsculas y La Liberté guidant le peuple, le traía siempre aquel recuerdo. La primera vez que se le detuvo el corazón. La última luz de aquel día (antes de que la luna llena se reflejara en el Sena) sería para ella, desde entonces, le soleil d'Austerlitz.
Aún guardaba aquella portada, con el título de La liberté de sentir cettes passions, como marcapáginas del otro libro que se había traído: Cent ans de solitude, que les habían mandado leer en clase. Una novela que, aunque se leyera a cuatro manos y ocho ojos, siempre terminaba confundiendo con tantos personajes y saltos en el tiempo. No era la novela de la cual Renly Baratheon había elegido su nombre artístico, "Le Comte Jean de Satigny" en honor a su personaje favorito y el único que le gustaba de toda la obra. Loras era "Enjolras", Margaery era "Margot de Valois". Ninguno de aquellos personajes aparecía en la novela de Gabo. Y tampoco lo hacía "Christina Vasa", como Brienne eligió llamarse en honor al personaje histórico con el cual, desde la infancia, se identificaba. Cent ans, por lo contrario, era territorio virgen, reservado a dragones y otras bestias de leyenda. No, no leería a Delacroix, sino a Gabo. Seguiría las vidas de aquellos tropecientos personajes en aquella remota aldea rodeada de cantos rodados como huevos prehistóricos, intentaría no confundirse con la trama ni con el elenco, y olvidaría que era Brienne af Tarth, y que estaba esperando un vuelo de regreso a su país natal en tal aeropuerto de la región del Ruhr.


ESCENA II
Hay quien dice que fui yo
la primera en olvidar...

"Frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Buendía recordó cuando su padre le llevó a conocer el hielo." Sólo se acordaba de aquel principio y de que el pueblo de Macondo estaba rodeado de rocas redondas y enormes como huevos prehistóricos, igual que su localidad natal, situada en Gotland, aquella isla en el Báltico. Había nacido en un hogar de clase media, sin malos tratos ni discusiones, rodeada de cariño. Ni siquiera el divorcio de sus padres y la partida de su madre a Kalmar, que habían dejado a la pequeña Brienne hija única (y, de haber tenido hermanos, su historia habría sido muy diferente), habían perturbado la constante alegría del garçon manqué que se deleitaba en pescar renacuajos, recoger frutos y setas, volar cometas que ella misma había fabricado a mano. En invierno, el tejado a dos aguas se cubría de carámbanos y las ventanas quedaban escarchadas, por no decir que las colinas y sus rocas se habían vestido de blanco. Desde siempre y por cuenta propia había conocido el hielo. ¡Y pensar que la gente en otras tierras tenía que esperar un poco más! Los Tyrell eran del Midi, del sur mediterráneo de Francia, y, por ende, ni Loras ni Margaery habían visto nevar antes de trasladarse a París, y de unirse a ellos una joven mucho más alta, pecosa y fornida, que, tras cursar la primera etapa de sus estudios en Visby, compartía con ellos y con Renly Baratheon, el supuesto novio de la hermana menor, aquel piso de universitarios en la Rive Gauche. Todos ellos habían pasado por una infancia sin problemas, antes de que la adolescencia y la juventud les pusieran a prueba.
Cuando se dirigían a la universidad y cuando regresaban, Renly siempre iba con Margaery y Loras con Brienne, los primeros dos sonriendo y confiados, los otros dos lanzándose miradas chispeantes, como disparos. Rara vez iban juntos los Tyrell a pesar de ser hermanos. Y, cuando aquello sucedía, como aquella tarde en Versalles, la joven rubia y pecosa miraba a Renly Baratheon, de ojos del mismo color azul, de sonrisa igual de sincera y simpática. Su primer amor. Pero tales emociones rara vez son correspondidas, y Renly no sonreía a otro que a Loras Tyrell. Compartían cama, y Brienne podía oírles gritar y suspirar de placer. Se dedicaban también las típicas muestras de afecto de día (sonrisas, besitos, cosquillas, y demás parafernalia de las parejas enamoradas). Los dos chicos varones eran novios, y Brienne, que a pesar de ser provinciana también era sueca, ponía tan poca objeción al respecto como Margaery, que no se preocupaba en absoluto. Aquel cuarteto era una sociedad secreta, de sólo cuatro personas pero aún así una sociedad secreta. Se discutían los estudios de los cuatro y se defendían amores prohibidos. Parecía que nada fuera a torcerse, y, sin embargo, Renly palideció de la noche a la mañana. Desde entonces, prefería estar solo con Loras o totalmente a solas. No hallaba placer en ninguna de las historias ni las obras que solía redactar y representar, aquellas en que los dos jóvenes varones eran el príncipe encantador y la princesa inteligente de la cuarta historia de "La Reina de las Nieves", u Oberón y Titania, o el conde de Satigny y su lacayo, o personajes que ellos mismos se habían inventado para vivir otras vidas aristocráticas. Simplemente conversaban acerca de aquellas historias y les daban un regusto trágico, uno en que, por ejemplo, la pareja real de Andersen, tras volver de su luna de miel por el extranjero, hallaban su Versalles usurpado por otro régimen y el reino de la cuarta historia trocado en austera república, para ser hechos prisioneros y pasados por las armas. Una semana después, Renly dejó de ir a clase, guardando cama con fiebre. Fue entonces cuando sus compañeros, entre ellos su amado, descubrieron su último secreto. Y es que guardaba en su seno la más terrible enfermedad, y estaba seguro de que ya se la había pasado a Loras Tyrell. Fue por ello que le consolaba mientras el joven rubio estaba sentado junto a su lecho, diciéndole que no llorara, que no desesperara, que se irían a reunir tarde o temprano. Y éste hizo, a cambio, la promesa de serle siempre fiel y no buscar otros amantes a los que pudiera contagiar.
Aunque toda aquella etapa pareciera estar sacada de una serie, de una de aquellas telenovelas o melodramas, era la vida real. Tanto Margaery como Brienne también se preocuparon y pasaron noches en vela. La revelación de que al menos uno de sus compañeros fuera seropositivo les había golpeado como un rayo, pero había estrechado más los lazos que les unían, dado que les hacía falta apoyar a Renly en una etapa tan difícil de su vida. De las de los cuatro. Estaban juntos en aquello, y que uno de los cuatro estuviera tan débil y falleciera tan joven y con tanto por hacer...
Y llegó el trágico día en que Renly Baratheon desapareció, y su amado también se había ido. La bandera irisada que habían fijado a la pared tampoco estaba donde tenía que estar. Margaery estaba muy callada y lloraba, encerrada en la habitación. Al atardecer, Loras regresó vestido todo de negro, llorando, sollozando. La única nota de color que llevaba encima el chico del Midi era una urna de acero envuelta, como un regalo, en la bandera irisada, con la que se secaba las incontables lágrimas.
Desde entonces, seguirían caminos separados, ahora que Renly era una urna llena de cenizas y envuelta en un arcoíris de raso, que Loras siempre llevaría consigo en el portafolios. Desde entonces, los Tyrell y Brienne habían roto sus lazos, cada uno por su lado. Sin dirigirse más la palabra, para siempre.
Y aquella fue la primera vez que Brienne af Tarth, aquella joven alta y rubia con pecas a mansalva, sintió que se le partía el corazón, y que todo el mundo dejaba de tener sentido.
Regresar a Suecia le ayudaría a afrontar sus penas, a partir de cero, a atar todos los cabos sueltos y volver a tomar las riendas de su propia vida, estando sola de nuevo, por su cuenta y sin ayuda de nadie.
"Entonces, el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas." En aquello pensaba la estudiante empeñada en rehacer su vida. De niña, también había pasado por la misma etapa, eones antes de conocer la verdadera tristeza. Leyendo más la novela, se rió un rato con lo listo que era Melquíades y lo ingenuos que eran los macondenses al creerse todo lo que el falso mago les decía acerca de sus "insólitas invenciones": un par de imanes, un catalejo, una enorme lupa... El hielo, después de muerto Melquíades, coronaba aquella lista de rarezas. Para una persona sueca, no era nada del otro jueves, pero parecía que Macondo estuviera en una zona tropical. No era de extrañar que allí lo confundieran con el diamante más grande del mundo.
En unos diez minutos, Brienne ya había acabado el primer capítulo, pero pensaba hacer una pausa entre este y el segundo, por lo cual cerró la novela de Gabo, colocando su foto favorita de marcapáginas una vez más. Y fue entonces cuando pudo ver a un desconocido, al que no había visto antes, sentado frente a ella, leyendo el FAZ para sí y murmurando algo en sueco. Era un treintañero un poco desaliñado, con una mata de caóticas ondas doradas, que llevaba (reconocible por el emblema nacional, las tres coronas) un uniforme de teniente del Ejército de Tierra sueco. Las pocas palabras que había dicho, algo sobre la guerra en Ucrania, las había pronunciado con lo que parecía ser acento de Gotemburgo. Pero lo que más sorprendió a Brienne era que el supuesto oficial, bastante bien parecido, sostenía a duras penas el periódico sólo con la mano izquierda: la diestra no se veía en el extremo de la otra manga, que caía como el brazo de un muñeco de trapo.


ESCENA III
El dorado era un champú;
la virtud, unos brazos en cruz;
el pecado, una página web...

"Tampoco él tiene una tablet", pensó Brienne af Tarth mirando al lector del FAZ. Estaba leyendo el periódico en papel, reposándolo en las rodillas y pasando página difícilmente con su única mano. Por un instante, él asentó el periódico para hacer una pausa y la joven pudo ver sus ojos. Los tenía de un verde menta, con una mirada donde brillaban la tristeza y la ira. Una mirada de desesperación, la de una persona que ha vivido el infierno sobre la Tierra. Y, aún así, tenía el porte de un Apolo y de un Gustavo Adolfo, en marcada disonancia con aquella mirada tan fiera y que, a la vez, inspiraba compasión. Por alguna extraña razón, le atraía aquel desconocido. ¿Sería porque le había hecho oír algo en su propio idioma en tierra extranjera, en sueco, que no había oído ni una palabra desde hacía al menos cinco años? ¿Sería porque llevaba el uniforme de su país natal? ¿Sería por aquella mirada desesperada, que le recordaba a ella su propio sufrimiento? ¿O porque le recordaba a Gustavo Adolfo si este no hubiera caído en Lützen? ¿O porque tampoco disponía de una tablet? ¿O por todo aquello?
Pero ¿cómo acercarse a él? Parecía una de esas personas cuyos sufrimientos les han obligado a construirse en torno al pecho una coraza más dura que el acero. Inalcanzable, inextricable, inexplicable. En cuanto el treintañero uniformado dio inicio a su merecida pausa, Brienne le repasó de reojo desde el libro de Cent ans. El titular de su periódico rezaba: "GUERRA EN UCRANIA: CRIMEA OCUPADA", en alemán. Siendo el sueco su lengua materna, la joven estudiante pudo entender todo el titular en un idioma que chapurreaba. Pero la mirada de ella se detuvo por más tiempo en la guerrera del uniformado: a un palmo de las dos estrellas de teniente del cuello, sobre el seno izquierdo, llevaba una etiqueta de tela del mismo verde sucio con la inscripción en mayúsculas: J. LANNISTER.
Por un momento, el corazón de Brienne se detuvo. ¿Lannister? La viuda de Upplands Väsby y sus hijos compartían las mismas ondas doradas, los mismos ojos de un verde menta. Haciendo alarde de sus dotes de deducción, la joven apuntó, rápidamente, en una libreta que llevaba en el bolsillo: "Teniente, Ejército de Tierra, Suecia". "Le falta la mano derecha". "Lee el periódico FAZ: debe tener el nivel de alemán que se espera de un oficial, y es, seguramente, de derechas". "Entre treinta y cuarenta años". "J. Lannister (¿nombre de pila?)". En resumen, todo lo contrario de Renly Baratheon, aquel estudiante y actor aficionado, tan amanerado y preocupado por su apariencia, tan queer y tan orgulloso de ello. "Si es todo lo contrario de Renly, el tal Lannister seguro que es hetero."
Pero, ¿cómo acercarse a él? Vivir con un par de gays no le había enseñado a Brienne cómo acercarse al sexo opuesto. Aquel treintañero parecía que le hubieran corroído por dentro, pero era joven y apuesto, y tenía un porte de la realeza a pesar de todas las penas y de su apariencia de veterano cansado. Le recordó al joven de vestiduras modestas pero seguro de sí mismo y encantador que llegó a desposar a la princesa tan inteligente en el cuarto episodio de "La Reina de las Nieves". Y también a los veteranos de las obras de Shakespeare, habituados a dormir en el lecho de roca y acero de la guerra: Otelo, Marco Antonio. Grandes guerreros que también eran grandes amantes. Brienne no era más que un garçon manqué: ni Desdémona ni Cleopatra ni princesa inteligente. Y aún así, ¿por qué se sentía tan atraída hacia él? ¿Curiosidad, compasión o alguna razón aparte?
Seguramente, el tal Lannister y ella iban a coger el mismo vuelo para Arlanda con la puesta de sol. Antes de aquello, tendrían tiempo de sobra para conversar en la mesa. Romper el hielo de cualquier forma, ganárselo poco a poco, echarse unas copas y contarse sus vidas el uno al otro, aunque estuvieran en público.
Lanzándole una mirada sincera y azul pero con el fondo triste, sacó de nuevo su portátil color celeste y lo abrió de par en par. Antes de responder a la oferta de au pair de la viuda residente en Upplands Väsby, la cual por suerte aún seguía en pie, Brienne af Tarth decidió pasar una breve hora divirtiéndose en internet, aprovechando la Wi-Fi de la sala de espera. Leyó unos cuantos fanfics de fantasía muy detallados, así como los últimos números de la revista queer para la que Renly había realizado fotografías y escrito relatos. Y también jugó a su juego favorito, el de emparejar frutas virtuales según su color. Al acabarse las vidas, escuchó un par de canciones de amor de las que siempre le hacían llorar. Tres, cuatro canciones. Y, al faltar diez minutos de aquella hora tan efímera, regresó a su cuenta de correo y rescató el mensaje con asunto "AU PAIR". En su registro más formal, ella redactó su breve currículum e intentó, con la poquísima diplomacia en que podía expresarse, que era una joven de confianza, a quien se le podían confiar un niño y un par de gatos tan adorables, de apariencia tan dócil e inocente. Tras revisar el mensaje y corregir su única falta de ortografía, pulsó Enviar sin ninguna duda. La suerte ya estaba echada. Había cruzado el Rubicón. Y aún le faltaban un par de minutos. Suficiente como para poner esa canción de rock sobre la batalla de Breitenfeld antes de cerrar el pequeño ordenador. Y, tras emocionarse tanto como podía con ese tema, cerró de nuevo el portátil y volvió a guardarlo en el portafolios. El teniente Lannister estaba bebiendo (¿aguardiente?) de una cantimplora de acero, y cada trago que ingería le hacía ondular la nuez del cuello. Tal vez le resultara más fácil entablar contacto con él. O llevarse un buen sopapo. Pero ella, tan optimista, sólo pensó en esto último por un instante.


ESCENA IV
En Macondo, comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver...

Brienne af Tarth había vuelto a abrir su novela, la de Gabo, la del hielo y los huevos prehistóricos. Había llegado al pueblecito rodeado de huevos de roca una epidemia que traía la pérdida de los recuerdos, que hacía que las gentes escribieran sobre cada objeto y cada animal su nombre y su modo de empleo. Y la joven pensó en cómo sería su mundo, aquella sala de espera de aquella terminal, si siguiera las mismas directrices. "Zapato (izdo./dcho.), métase el pie (izdo./dcho.) dentro". "Pantalones, métase una pierna a cada lado por el extremo ancho, con el cierre por delante." "Silla, siéntese encima y póngase cómod@". Se echó a reír: ¿qué pondría sobre su portátil Pear azul celeste? "Ordenador portátil: se abre y se cierra, se emplea el botón más grande para ponerlo en marcha..." Tantas instrucciones que la letra sería tan pequeñita como en las páginas de Cent ans de solitude. O incluso más.
Pero, ¿no estaba ella rodeada de símbolos que marcaban las cosas? Las figuras del servicio de caballeros y del de señoras (una mujer con falda, a pesar de que tantas, ella incluida, llevaban pantalones), aviones que despegan, banderas de países y logotipos de aerolíneas... Y el apuesto uniformado sentado frente a ella... Su apariencia era un libro abierto. Tres coronas sobre fondo azul: Suecia. Dos estrellas: teniente. "J. Lannister": no ponía ningún modo de empleo, pero al menos un indicio más sobre él: cómo se llamaba. Al fin y al cabo, Macondo, a pesar de todo el absurdo, era un universo en miniatura. Ahora, la novela se dejaba leer como una seda. Y he aquí que, de forma totalmente inesperada, Melquíades regresaba de entre los muertos con un elixir contra la amnesia. Lo habían recibido como a un héroe en casa de los Buendía, y había escrito unos pergaminos en un lenguaje críptico, con la condición de que no fueran descifrados hasta dentro de un siglo.
¿Qué escribiría ella en clave para poner en una cápsula del tiempo? Guardaría una bandera irisada, fotos de Versalles, fósiles de Gotland. Pero ¿qué escribiría? ¿Le haría bien volver a Suecia? No si no era a Gotland, que para ella respiraba infancia, libélulas y renacuajos, rosales en calles estrechas. Tampoco volvería a seguir sus pasos por los lugares que le recordaban las cosas que pondría en su cápsula del tiempo. "Partir de cero en cualquier otro punto del mapa" incluía la posibilidad de que tal punto, por un casual, fuera Upplands Väsby. De repente, oyó pasos y se levantó. El tal Lannister se dirigía a la cervecería que había en un rincón de la sala de espera. La joven, con el portafolios en mano, le llamó la atención en sueco, y el treintañero, que estaba al menos ligeramente achispado (las mejillas rosadas y los verdes ojos brillando como si estuvieran llenos de purpurina), aceptó encantado la oferta que ella le hizo de compartir mesa los dos. El oficial sostenía una maleta pequeña en la mano izquierda, la diestra aún brillaba por su ausencia, y le pidió a Brienne que le aguantara el FAZ. Ella cogió el periódico y asintió sin palabras, pero con una sonrisa sincera y una mirada brillante, azul como un lago en calma en pleno verano.


ESCENA V
Me esperaban dos pies en el suelo
que no se acordaban de mí...

Estaban sentados cara a cara, vis à vis, tête-à-tête. Ella pidiéndole el FAZ durante la espera. Había pedido una Fanta de naranja, mientras que él tenía delante uno de esos tanques bávaros de un litro. Al abrir el periódico, Brienne se dio cuenta de que el artículo de portada, el de la guerra en Ucrania, tenía algunas palabras subrayadas en bolígrafo azul. Nombres de localidades donde se habían librado enfrentamientos, listas de bajas, referencias a la Revolución Naranja, a Poltava y a Chernóbil sólo de pasada, para citar la historia militar del país eslavo.
"Él se lleva el tanque a los labios, se mancha de espuma el labio superior, de nuevo el trago le hace ondular la nuez del cuello. Lo hizo con la izquierda, como siempre. Es zurdo pero le ha costado llevarse a la boca la jarra casi llena." Y ella llega a la conclusión de que Lannister no era zurdo en un principio, pero le han obligado y se está acostumbrando a ello.
No existe forma más estúpida de romper el hielo. Él toma un trago más y responde sarcástico:
"Pues sí. Así es, yo era diestro desde siempre. Hasta que tuve que dejar el ejército."
Ella se ruboriza hasta que las pecas desaparecen en sus mejillas, ahora de color escarlata.
"He tocado fondo", piensa.
"Y ahora he de regresar. Sé que habrá un diputado setentón, del Partido Conservador, volviéndome la espalda. Sé que habrá una viuda de mi edad e idéntica a mí excepto en sexo, que seguramente se habrá buscado otro. No se preocuparán por mí ni aunque hubiera perdido las cuatro extremidades. Mejor sería haber muerto en combate y volver en un féretro coronado de laureles. Sé que no habrá lugar para un muerto en vida ni en el estado nórdico del bienestar."
Brienne escucha las palabras con atención. ¿Una mujer viuda casi idéntica a Lannister? ¿No tendrán el mismo apellido? Se traga esa pregunta para no volver a dar un paso en falso.
Él la mira a los ojos. Unos verdes y apagados, los otros azules y brillantes.
"Has tocado fondo, Jaime Lannister", se dice el oficial lisiado para sus adentros. Es evidente que la guerra le ha destrozado.
-Sí -responde ella. -Y yo también he tocado fondo.
Le gustaría hablar de Renly, de su enfermedad, de lo mucho que aún duele perderle. También él, el veterano ajado, ha sufrido hasta perder la razón. Ha combatido en una guerra de verdad, con disparos auténticos. No es de extrañar que se haya convertido en un muerto en vida.
-Aún así, nunca has conocido la guerra como es de verdad. No te imaginas cómo es que un fragmento de metralla se te incruste en el antebrazo derecho, de modo que no lo puedas mover. Duele aún más el descubrir que tienes dolorosas convulsiones, como si hubieras ingerido estricnina, que la boca se te cierra fuertemente contra tu voluntad. No poder pedir ayuda ni cerrar los ojos. Sentirte como un crucificado. Y que te atiendan en medio de la estepa ucraniana, y, para salvarte la vida, te tengan que cortar la mano diestra, la mano buena, todo el brazo hasta el codo, para impedir que la infección se extienda. Así que tuve que irme del frente. No tuve elección. Por favor... No me llames Cervantes ni Capitán Garfio. Por el amor de diez, no lo hagas ni te rías.
Pero ella no dice nada, escuchando pálida y atenta el relato del treintañero. Infectarse de tétanos en medio de la nada, sacrificar su carrera por una amputación que le salvó la vida. Que otra gente a quien él conoce muy bien, su padre y seguramente su amada, le vuelvan la espalda. Perder la fe y la esperanza, como ella cuando perdió a Renly. Sí, ha tocado fondo el tal Jaime Lannister, pero ella también lo ha hecho. Le pide perdón por haber sido tan indiscreta.
Inesperadamente, él sonríe y unos destellos aparecen en sus ojos color peridoto.
-¿Cómo te llamas?
-Brienne. Brienne af Tarth. Estudiante... bueno, ahora voy a ponerme de au pair. -A ella, el corazón le da un vuelco y las pecas vuelven a disiparse tras su rubor escarlata.


CODA
Desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va,
ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje...
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de... de un no te quiero querer...
¿Y cómo huir, cuando no quedan islas
para naufragar
al país donde los sabios se retiran
del agravio de buscar labios
que sacan de quicio?

-¿Te gusta Delacroix? -pregunta el veterano, curioso. Su jarra está ahora casi vacía.
Ella se vuelve a sonrojar y deja caer unas lágrimas, que él, inesperadamente, le seca.
-Me encanta, es mi artista favorito... pero me despierta viejos recuerdos.
El treintañero de uniforme mira a la joven y comprende sus penas. Ella, leyendo la sección de cultura del FAZ, levanta la mirada.
-Lo siento yo también. Va a ser que yo no soy el único que intenta escapar del pasado. Y en cuanto a lo que yo opino de Delacroix... No quiero ofenderte con mi opinión, pero nunca me han atraído los cuadros con tetas desnudas.
Ella, que ha cambiado su Fanta por una caña de Radler y la está saboreando mientras su interlocutor lo explica, rompe a reír. Unas gotas de Radler se le cuelan por la tráquea, y Brienne, cogiendo una servilleta, se pone a toser violentamente. "¡Cuadros con tetas desnudas!" Jaime lo ha dicho sin tapujos y sin rodeos, con tan poca diplomacia como ella misma lo habría dicho.
¿Qué habría dicho Renly Baratheon, si despreciara las obras de Delacroix? Nunca habría dicho lo de "tetas desnudas", ni ebrio ni en sueños. Y en cambio, Jaime Lannister lo ha dicho bajo una ligera influencia etílica.
-Siento mucho el chasco. Es que me eché a reír cuando dijiste lo de... -Él ya ha averiguado los pensamientos de ella.
-¿Tetas desnudas? -Ha vuelto a sonreír. Hasta la fecha, el treintañero había estado ensimismado.
-De hecho, le han puesto corsé a Marianne en ciertos países.
-¿Marianne? ¿Quién es? -pregunta Lannister.
-La chica del gorro escarlata, con la bayoneta y la bandera de Francia... Y sí, con los senos... las tetas... Representa a Francia como república, tras las revoluciones, y por eso lleva el pecho descubierto. Porque al fin es libre.
Y, al decir estas palabras, la joven rubia y pecosa también se siente libre. Si no estuviera en público, también se descubriría el pecho, no para que vean sus senos pequeños como limones, sino para que vean el corazón que palpita debajo.
-Así que es más o menos como Madre Suecia -responde su interlocutor. -Pero más extrema. Hace que Madre Suecia parezca una puritana.
"Puritana". De nuevo lo ha dicho sin tapujos. Ella sonríe y propone un brindis. Por las tetas de Marianne. Y las de todo el harén de Sardanápalo.
Los dos brindan. Él apura su jarra hasta la última gota. Ella le observa, cómo todo eso pasa del tanque al pecho, cómo él se seca con la servilleta.
Salen del local cogidos de la mano, la izquierda de él asiendo la diestra de ella, mirándose y susurrándose algo sobre la novela que ella acaba de leer. Jaime confiesa que ha tenido dislexia de niño, lo cual ha dificultado que desarrolle una pasión por la literatura. ¡Cuánto tuvo que esforzarse para llegar a ser oficial!
-Debería de filmarse Cien años -le comenta Brienne. Así, más personas dislécticas y no tan valientes que no se atreven a leer podrían disfrutar del relato. Es una pena que ningún cineasta se atreva a recoger ese guante, tal vez porque tampoco son tan valientes.
-De ser así, me encantaría ver esa peli.
-En cuanto a mí... siempre, desde los cuentos que oía de niña, me ha encantado escuchar historias. Y de allí a leerlas no hay un gran paso. Pero siempre he estado pez en mates. Así que mi paso por la escuela también fue un calvario.
Los dos se ríen y se secan el uno al otro lágrimas de euforia.
Finalmente, están delante de la pantalla del horario.
-¿Vas a coger el vuelo de las cinco a Arlanda? -le pregunta Brienne a Jaime.
Sorprendentemente para ella, el treintañero asiente y pregunta a la rubia pecosa:
-¿Tienes hora?
Ella se mira la muñeca y contesta que falta media hora.
Mejor para aprender a conocerse más a fondo.
Durante la siguiente media hora, se sientan juntos, esta vez no el uno frente al otro sino codo con codo. Ella saca su tarjeta de embarque, y él responde con el mismo gesto. Miran las dos tarjetas.
Se sentarán juntos, en asientos contiguos.
Veinticinco minutos después, están sentados en dichos asientos, Brienne junto a la ventana y Jaime junto a Brienne. Ella ha descubierto que él es de Gotemburgo y de pura cepa, pero se tuvo que mudar a Estocolmo con los suyos siendo adolescente. Él ha descubierto que ella es de Gotland y ha vivido allí hasta mediados de su carrera. Ella es hija única de padres divorciados, él es huérfano de madre y el segundón de tres hermanos. Él es hetero, y ella... no está segura, pero parece que también sea hetero.
Este es el principio de una hermosa amistad... o tal vez de algo más.

3 comentarios:

  1. Jaime the war veteran and Brienne the Left Bank student <3
    100 Yrs is a luvly novel, so it's also a +
    indeed, this is my first modern Westeros AU, but still worth checking out...

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    1. I wrote this last springtime, when there was war in Ukraine. So the events are still pretty recent ;) The inspiration came from a song...
      The ending is a reference to Casablanca ;)

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    2. This story's Maid is an author avatar. And this is a superb story with jokes (Marianne, the amnesia epidemic in 100 Yrs...) alternating with tear-jerking moments (Renly's HIV reveal and death, Jaime's experience of war)... and a wonderful ending

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