lunes, 17 de julio de 2017

LA TEMPORADA DE LAS CEREZAS




LA TEMPORADA DE LAS CEREZAS

Ha llegado la temporada de las cerezas. El gatito se chupa los dedos: en el jardín de su mamá, el cerezo está cubierto de apetitosas bolitas rojas.
Sin pensarlo dos veces, el gatito trepa por el tronco, toma posición en la rama más gruesa y comienza el delicioso paladeo. ¡Pero desde lo alto del observatorio ve de pronto que el cerezo de la vecina parece más cargado de fruto, mejor provisto, y que las cerezas dan la sensación de ser más carnosas!
De nuevo, sin pensarlo dos veces, el gatito desciende del follaje, ¡aupa!, se encarama en el muro que separa los dos jardines, reflexiona unos segundos: "¿qué dirá la vecina?", retuerce la cola, hace unas muecas y decide: "¡Caramba, quien no se arriesga no gana!" y salta al césped del huerto ajeno... ¡Mira a su alrededor, no ve a nadie y se sube rápidamente al magnífico cerezo!
¡Qué festín, allá arriba, al abrigo del follaje! Decididamente, las cerezas de la vecina son mejores que las de su mamá: son más dulces, tienen un aroma especial, un gusto exquisito, sin la menor duda... ¡Nuestro gatito se da un atracón, embadurnándose los bigotes de rojo y salpicando su blusa azul de manchas violeta!
A la vecina, una jirafa de mal genio, que estaba tomando el fresco en la terraza, le llama de pronto la atención una extraña sombra azul que advierte en su cerezo. No tiene necesidad de largos razonamientos para identificar a tan insólito huésped...
Se levanta, atraviesa el jardín en tres zancadas y grita por todo lo alto:
--¡Ah!, ¡¿conque eres tú, granuja, quien me come las cerezas, eres tú el que entra en mi jardín como un ladrón?! ¡Vamos, baja de ahí enseguida! ¡Desciende del árbol, so tuno, o te voy a coger como a una cereza! ¡No me costará ningún esfuerzo, porque ya ves que tengo la misma talla que mi cerezo!
Al encontrarse bruscamente cara a cara con la jirafa, el gatito, que estaba entretenido apaciblemente en colgarse ramos de cerezas en las orejas, casi se queda sin aliento por la sorpresa.
¿Qué hacer? Ha caído en la trampa... Dirige en torno suyo una mirada aterrorizada. Se estremece. Tiembla. Pero, como está poseído de un espíritu aventurero, recobra el dominio de sí mismo y decide, cueste lo que cueste, escapar de la cólera de la jirafa. Para eso no ve más que una solución: hay que lanzarse al vacío, lo más lejos posible. ¡Se encoge para tomar más impulso, y, tras un vigoroso arranque, salta al aire!
...
Mala suerte: una rama lo sujeta por la blusa. ¡Qué pánico el suyo! ¡La jirafa lo va a atrapar! ¡Ahí está! El gatito patalea y se revuelve y gesticula tanto y tanto, que por fin la tela se desgarra y lo deja libre. Entonces, una hábil pirueta en los aires le hace aterrizar en el muro medianero. ¡Ya está salvado! ¡No le queda más que descender a su jardín! ¡Uf!, el gatito ha evitado la azotaina que la jirafa, conociéndola como él la conoce, no hubiera dejado de propinarle...
Por lo demás, oye gritar con cólera:
--Tienes la suerte de que los gatos caen siempre de pie, pero ¡aguarda, aguarda, que me parece que tu mamá va a pedirte cuentas por los jirones de tu blusa!
Que es lo que, en efecto, ocurre, para desgracia de nuestro gatito... Por algunas señales del banquete, por palabras sueltas y medias palabras, mamá Gata llega a conocer bien pronto la historia completa. Y deja a su minino sin postre, lo que, en suma, no era sino un castigo bien leve, ¡pues el gatito se había llevado al coleto, por anticipado, durante toda la tarde, copiosas raciones de cerezas!

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